Dialogo Entre Tres
– Fui a la ciudad. Cada semana visito los parques junto al museo y la clínica de salud. Llegué en calidad de enferma, ahora yo. No sabía o no imaginaba todas esas lamentaciones, todo el día, toda la tarde.
– La tarde que se pasa lenta.
– Exacto. Quizá sea que me gusta observar el sufrimiento ajeno.
– Parques y clínicas. Seguro el pulso de un lugar se puede medir yendo a sus parques y sus clínicas.
– Vamos al campo. ¿Has hecho algo así últimamente?
– La tarde es lo peor del día, llena de hastío.
– De calor.
– De olores a medicinas y mertiolate.
– Morado, rojo, anaranjado, amarillo.
– La piel amarilla y pálida verdosa.
– “Lo lamento mucho” te hubiera querido decir, pero yo no lo sabía. Intenté afrontar ese caos planificando todos mis movimientos. De ahí a varios meses, años, tenía claro qué hacer cada día.
– Los días pasaban lentos al lado de la ventana.
– Sí, los pasillos se hacían cortos y repetitivos. Una y otra vez me cruzaba con caras que me provocaban pena y asco.
– No se puede conocer a todo el mundo, eso es bien sabido, al igual que no se puede defender aquello de lo cual es imposible hablar. Hay cosas impronunciables, otras indecibles.
– Mi cara en el espejo me recordaba a ti y te juro que yo no lo sabía, ni lo imaginaba. Me pinchaban un brazo, me daban la vuelta, me abrían los ojos, la boca, me agarraban las muñecas, me molestaban todas las noches con lo mismo cuando lograba dormir.
– ¿Cuántas mentiras encierran tus palabras?
– Las suficientes para que lo que digo parezca que no miento. Me pinchaban el otro brazo y se les olvidaba la jeringa ahí por una semana, me daban vuelta me abrían los ojos y la boca. Trataba de dormir con la jeringa puesta y mi brazo frío pinchado.
– Podría decir que más de la mitad de tus palabras mienten.
– Hasta ahora he tenido éxito. Eliminar los factores de riesgo no es complicado. Podría parecer mentira, pero al escuchar eso realmente lo creí. Es como escalar una montaña.
– Depende qué montaña.
– Todas las montañas, cualquier montaña.
– Entonces depende qué montañista.
– ¿Lo defiendes?
– Ni siquiera lo conozco, cómo podría defenderlo.
– Defenderlo a la distancia, como un desconocido más.
– Resulta que la misma enfermera que se quedaba contigo en las noches, me cuidó a mí. Me contó de ti mientras la cama y las paredes del cuarto se ondulaban.
– En la noche aparecen estados alucinantes, ¿no?
– Nunca diré ninguna verdad.
– Las verdades no se dicen.
– ¿Son impronunciables?
– Son indecibles.
– ¿Entonces también lo que dices tú es una mentira?
– No totalmente.
– No es posible planear la vida a ese extremo. El azar es su componente más importante.
– Sí, supongo que sí. Finalmente parece que tú te drogaste más que yo en toda la vida. Una noche ondulada me inyectaron algo parecido a la morfina y caí en un estado de completa placidez. Después de todo puedo presumir que ya me he inyectado.
– ¿Sigues haciéndolo? ¿No te cansas de hacer las mismas cosas una y otra vez?
– Establecer una rutina es reconfortante.
– Debe haber más. No es sólo la rutina.
– Heroína, morfina, speed, mdma, cristal, paracetamol, vitamina C, citroten, refractil ofteno, diazepan, ampicilina, cortisona, asetalcilico sódico, anfetaminas.
– Creo que comenzamos a perdernos.
– Lo que yo creo es que comenzamos a encontrarnos.
– ¿De verdad?
– Sin mentir.
– Tu final se mutó a mi persona. Tus hermanos, tíos, sobrinos, nietos, primos diciéndome repetidamente lo mucho que me parezco a ti y ven en mí a ti.
– Ya no te entiendo. Ese no es el punto.
– ¿Entonces miento o te mal interpreto?
– A quien desconozco ahora es a ti.
– ¿Crees que antes me conocías?
– Cualquier respuesta me haría mentir.
– Pero no responder no te hace decir la verdad tampoco.
– Paty, Carmen, Mary, Yoly, Sonia, Álvaro, Nilo, Mónica, Claudis y tú.
– La última canción que te cantó tu hermana, no sé cómo se llama y me da pena preguntar. Seguramente me moriré con la pena…. ¿Cómo se llama esa canción? Dime cómo se llama!!!