Sinfonieta

 

El lugar era enorme, apenas podía creer que estuviera ahí yo solo. Tomé una siesta y comenzó a llegar la gente; no hubo ninguna formación o ceremonia, pero estaban bien organizados.

El derribo no tomó más de media hora, sin resistencias. Al final una gran nube se levantó y la bruma nos impedía ver a más de una metro de distancia. Cuando se disipó había un ambiente de júbilo, de logro. Todos daban brincos y gritaban.

Alcancé a distinguir a lo lejos las caras de mis vecinos, me dio gusto. Yo que pensé que habían muerto con las primeras revueltas, o después del temblor.

La fiesta hubiera sido interminable, pero el sol nos recordó que teníamos poco tiempo antes de que vinieran a buscarnos de nuevo.

Los niños se fueron a comprar dulces, los adultos amarraron los carros uno detrás del otro, los chicos olvidaron sus conciertos… y dejamos la ciudad, tal como habíamos previsto.

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